jueves, 26 de febrero de 2009

Un genio abortado

Manual de Historia del Arte que se consulte se refiere indiscutiblemente a Paul Cézanne como el padre de la pintura moderna, “el que abre la puerta a las búsquedas posimpresionistas y la referencia fundamental de Picasso y Braque para la fundación del cubismo”, tal como lo apunta José María Faerna García-Bermejo, director de la colección Los impresionistas y su época (Ediciones Polígrafa). Sin embargo, aún con todo esa carga estética, jamás imaginó, al igual que la gran mayoría de los grandes genios de la pintura de los dos últimos siglos que sus obras serían vendidas en varios millones de dólares.
Un ejemplo palpable de tal ironía se dio en 1999, cuando una
naturaleza muerta del impresionista francés se vendió en 60,5 millones de dólares en la casa de subastas Sotheby's de Nueva York. El cuadro titulado Cortina, cántaro y frutero, pintado en 1893 y correspondiente a la etapa de madurez del artista.
Es del todo conocido que el 2006 fue
“El año Cézanne“, pese a ello, un gran número de publicaciones pasaron de largo el centenario del fallecimiento del artista, aquel que en un arranque de cólera rompió su entrañable amistad con el escritor Émile Zola, al verse reflejado como el pintor fracasado que retrató el siempre rechazado por la Academia Francesa de la Lengua en una de sus obras.
Entre las anécdotas de su vida, este episodio es uno de los más subrayados por sus biógrafos, por tratarse ambos de los mayores representantes de un movimiento artístico.
El oriundo de
Aix-en-Provence, nacido el 19 de enero de 1839 en el seno de una familia acomodada, da inicio con la amistad con Zola, un año menor que él, en el Collège Bourbon de Aix en 1852, cuando en una riña en el patio del colegio un puñado de chicos se burlaban del acento del autor de Teresa Raquín, al mismo tiempo que le daban una paliza. En ese momento, la corpulencia de Cézanne apareció para alejar el mal momento que pasaba el futuro líder de los naturalistas. Esa misma tarde, Zola, como muestra de agradecimiento, le obsequió un canasto repleto de manzanas.
Ambos recibieron una sólida educación humanista, al grado tal que Cézanne deseaba ser escritor y Zola pintor, sabiéndose que era tal la afición de Zola por las lenguas clásicas que una vez tradujo un párrafo de cien líneas en latín recibiendo como pago dos mascotas. En esos días, otro chico llamado
Jean Baptiste Baille se unió a las correrías que daban en los alrededores de Aix-en-Provence, siempre para charlar de arte y literatura. Así lo recordaría melancólicamente Zola: “Salíamos de casa antes del amanecer. Yo me escurría silenciosamente debajo de sus ventanas y los despertaba a medianoche. Nos escapábamos de la ciudad mochila al hombro y escopeta en mano. Las mochilas regresaban siempre vacías, pero nuestro corazón y nuestra mente hervía de nuevas emociones”
Las aventuras juveniles tuvieron un receso en 1858, cuando Zola se trasladó a París para emplearse en la
editorial Hachette, desde donde animaba a Cézanne a unírsele. Con el consentimiento del padre, tras graduarse en la Facultad de Derecho de Aix, el pintor arribó a la capital francesa en 1861, época por demás obscura en la vida del artista. Insatisfacciones y dudas asaltaron a Cézanne en esos días, convencido que el pincel y la paleta no era lo suyo planeó el retorno a la casa paterna, sin embargo, con artimañas, Zola lo convenció de que le hiciera un retrato, suceso que retrasó un poco la partida. Tal situación lo convirtió en un sujeto más inseguro, y a la postre nunca efectuó dicha tela. En ese mismo año se empleó en el banco de su padre, sólo unos meses, en los cuales le renació el amor por el lienzo y los colores. Retornó a Paris en 1862, ya con la firme decisión de dedicarse a lo suyo.
Era tal la inseguridad artística de Cézanne, que en una carta de Zola a su amigo Baille, le confiesa porque le decía “genio abortado”: “Paul puede tener el genio de un gran pintor, pero jamás tendrá el genio necesario para llegar a serlo. El desaliento lo agobia ante la menor contrariedad.”
La amistad aguantó con altibajos más de treinta años, pero no resistió que Zola publicara, en 1886,
La Obra, en donde describe a un pintor maldito llamado Claude Lantier que en un intento fallido de concluir su “obra” termina suicidándose. Cézanne se reconoció en el personaje y a partir de ahí no volvieron a hablarse nunca más.
Es del dominio público que el epílogo de la trama fue un golpe mortal en la certidumbre hacia Zola. Unas parcas líneas en una misiva de agradecimiento por el envío del volumen fueron las últimas que el creador del famoso lienzo Muchachos bañándose efectuara a su amigo.
Los especialistas aseguran que ese libro solo fue el colofón del derrumbamiento de la relación, ya que varias acciones entre ambos fueron minando la confianza mutua, tales como la pronta exitosa carrera de Zola como escritor y el tardío reconocimiento de Cézanne; el desentendimiento crítico de Zola hacia la obra cezanniana; el fracaso en la vida sentimental de Cézzane, cuando la esposa de Zola, amiga de ambos desconoció a Cézanne por recordarle su juventud miserable; y el lujoso estilo de vida de Zola, al lado de su desenfadada vestimenta.
Es paradójico que el periodo de mayor creatividad estética, su etapa con la naturaleza muerta, este relacionado con su obsesión con las manzanas, la sexualidad y el resentimiento hacia Zola. Marisa Vescovo en su texto dedicado a Cézanne para la colección El impresionismo y los inicios de la pintura moderna menciona que uno de los mayores estudiosos de la obra del creador de Naturaleza muerta con botella de licor de menta, Meyer Schapiro aseguró en 1982 que Cézanne puso el acento en las implicaciones simbólicas en el seductor fruto que “además de remitir a la amistad con Zola, parece relacionado con la esfera de la sexualidad en cuanto símbolo de la mujer, o, mejor dicho, del eterno femenino, ideal siempre perseguido y jamás alcanzado por Cézanne en su vida sentimental”.

Tan así es posible asegurarlo que el mismo Cézanne alardeaba de querer embelesar a París con una manzana. Conocedores de la obra de Zola hacen hincapié que el autor de El vientre de Paris siempre supo a que se refería Cézanne con ello.
Antes de su muerte, acaecida el 22 de octubre de 1906, a los 67 años, Paul Cézanne escribió: "Me encuentro en un estado de desorden cerebral, en una agitación tan grave, que he temido, en algún momento, que mi débil razón no pudiera soportarlo. Ahora creo que estoy mejor y que pienso con más claridad en la orientación de mis estudios. ¿Alcanzaré el fin tan buscado y perseguido tanto tiempo?".
Foto 1: Paul Cézanne en su estudio
Foto 2: Oleo sobre lienzo "Cortina, cántaro y frutero"

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