domingo, 27 de septiembre de 2009

Henry, su mujer y Anaïs

Sabemos todos los lectores de Anaïs Nin que la narradora de origen cubano fue una escritora precoz. Ya a los siete años daba sus primeros balbuceos narrativos, lo mismo redactaba cuento que teatro, lo cual le servía para aplacar las ansias infantiles de sus pequeños hermanos. A los once años comenzó su famoso diario, ese diario que fue todo un confidente y que en pocas ocasiones dejó de recibir información íntima. Aquellas primeras confidencias, en forma de misivas a un padre ausente fueron relatadas, primero, en francés, hasta los diecisiete años, y posteriormente ya en inglés, hasta llegar a las cerca de las 35 mil páginas, que hoy en día se encuentran albergadas en el Departamento de colecciones especiales de la Universidad de California, en Los Angeles.
A lo largo de sus seis décadas de producción intelectual intercaló los
diarios con la ficción, hecho que no la hacia sentir cómoda y así lo expresó en su diario en 1933: “Mi libro (La casa del incesto) y mi diario se interponen constantemente el uno en el camino del otro. Me es imposible divorciarlos ni reconciliarlos. Sin embargo, soy más leal a mi diario. Incluyo páginas del diario en el libro, pero nunca pongo páginas del libro en el diario, lo cual viene a demostrar una lealtad humana a la autenticidad humana del diario”.
Casi al finalizar los años veinte, tras varios comentarios de que su diario era muchísimo más interesante que sus escritos de ficción, y que no sería para nada descabellada su publicación, la primera mujer en publicar relatos eróticos en los
Estados Unidos elaboró varias tácticas para ver publicadas sus diarios, por un lado abordó la idea de transformar sus confesiones en relatos ficticios, y por el otro intercalar en éstas nombres reales con ficticios. Sin embargo, a partir de su encuentro con Henry Miller y June Mansfield, aclaró su panorama al descubrir que si lo publicaba tal cual heriría sentimientos y susceptibilidades, entre ellos a su esposo, Hugh Guiler. Por ello, se decidió a publicarlo en tono de ficción.
Poco años después, comprobó que la idea ejecutada no había sido la correcta al tener sus publicaciones poco reconocimiento en el círculo intelectual en la que la autora
avant garde se desenvolvía. Es así que decidió publicar sus diarios, poniendo los nombres verdaderos, pero omitiendo cualquier referencia a su vida personal.
Sin duda alguna, el segmento de mayor interés para los seguidores de Anaïs es a partir de su encuentro con los Miller, y la mejor muestra de esos momentos se pueden encontrar en Henry Miller, su mujer y yo (Emecé), cuyo contenido fue recopilado de los diarios treinta y dos a treinta y seis, que son “June”, “Los poseídos”, “Henry”, “Apoteosis y caída”, y “Diario de una poseída”, redactados entre octubre de 1931 y octubre de 1932. Se eliminó el material ya incluido en
Diario I (1931-1934), aun cuando algunos párrafos estarán repetidos para darle coherencia al libro.
Este encuentro entre la pareja y la también autora de Pájaros de fuego, sin duda alguna es el más fructífero para ella y su diario, pues encontraremos que únicamente en 1932 redactó seis cuadernos.
En diciembre de 1931, con una comida en casa Anaïs, junto con Richard Osborn, un abogado a quien tuvo que consultar sobre el contrato del libro de
D. H. Lawrence se dio el primer encuentro con Henry Miller, el literato que, según palabras de la todavía puritana e inocente chica católica de 28 años de edad, es en sus escritos “ostentoso, viril, animal, magnífico. `Un hombre que se emborracha de vida´”.
Al transcurrir el tiempo, ella va siendo seducida paso a paso por la personalidad de su futuro amante. “Tiene una cabeza interesante: una vívida e intensa expresión en sus ojos negros, cabello negro, piel aceitunada, boca y nariz sensuales, un buen perfil. Se diría español, pero es judío, ruso, según me ha contado. Me resulta enigmático. Parece puro y fácilmente vulnerable”.
En casa de Miller, un día en que ambos trabajan en unas correcciones de pruebas, luego que él ilustra que le resulta ella muy interesante, Anaïs siente la sensación que Miller se aprovecha de su inexperiencia, preguntándose para sí ¿por qué va a sentir interés por una principiante? “Cuando me abraza, tengo la impresión de que se divierte con una muchachita demasiado tensa y ridícula. Cuando él se pone más tenso, desvío la cara de la nueva experiencia de su bigote. Mis manos están frías y húmedas”
Bastó poco tiempo para darse el inicio del acercamiento erótico. “Es enormemente impetuoso, enormemente fuerte, pero no me fastidia. Respondo al cuarto o quinto beso. Comienzo a sentirme embriagada”.
Luego de que ella amenaza con partir al decirle que no continuará con el flirteo por no ver en ningún momento algo de amor, resuelve continuar. “Me hace pequeñas bromas. Me mordisquea las orejas y me besuquea; a mi me gusta su fiereza. Me empuja al sofá, pero consigo zafarme. Soy consciente de su deseo. Me gusta su boca y la fuerza experta de sus brazos, pero su deseo me espanta, me repele. Creo que es por que no lo amo. Me ha excitado pero no lo amo, no lo deseo”.
Tras este encuentro, la futura
vouyerista cabila, cree que ella no buscaba más que el placer sin sentimientos, pero algo la retiene. “Hay algo en mí intocado, inalterado, que me gobierna”. Sin percibirlo, eros ya la convirtió en su esclava. Miller fue el mensajero y June la ejecutora.
¿Cuáles fueron las sensaciones que Anaïs percibió al conocer a quien le produjo el terremoto hormonal del que nunca se recuperó, y de quien decía que era la “mujer más hermosa de la Tierra”?
La asidua visitante de
México, al momento de conocer a la esposa de Henry, esa mujer de “una asombrosa blancura”, esa mujer de “ojos ardientes”, confesó en ese mismo capítulo de diciembre de 1932 que llevaba años tratando de identificar como era la auténtica belleza, imaginando que seguramente sería judía y que la presencia física de June correspondía a ese ideal.
“Su belleza me embargó. Mientras permanecía sentada frente a ella, me di cuenta que sería capaz de hacer cualquier locura por aquella mujer, lo que me pidiera. Henry se desvaneció. Ella era el color, la brillantez, lo extraño”.
Anaïs tras conocerla aseguró que se sentía como un hombre, “estaba profundamente enamorada de su rostro y de su cuerpo, que prometía tanto…”
Foto 1: Anaïs Nin
Foto 2: Henry Miller
Foto 3: Portada del libro Henry Miller, su mujer y yo

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