viernes, 8 de junio de 2012

La próxima fase de la evolución

Stanislaw Lem
En los rocanrolescos años 60, Stanislaw Lem fue uno de los autores más buscados entre los adictos a la ciencia ficción o literatura de anticipación como se le conocía en sus inicios. Las altas ventas en las librerías de la época demostraron que Lem, fue tan leído como Ray Bradbury, Isaac Asimov o Arthur C. Clarke. Y a la aparición de su novela Solaris sus seguidores comenzaron a considerarlo como el gurú de esta corriente narrativa.
Por mucho tiempo, encontrar un libro de Lem era como buscar una aguja en un pajar. Si no se encontraba el título deseado en alguna biblioteca pública, lo único que quedaba era que alguna de las llamadas “librerías de viejo” lo tuviera. En esos años el mercado del libro en castellano de la ciencia ficción lo dominaban ediciones minotauro y editorial Bruguera, y no siempre llegaba todo el catálogo a México.
Desde 2005, Alianza Editorial lleva editando en bolsillo la Biblioteca Lem, donde ya podemos encontrar varias de sus novelas y antologías de cuentos. Por otra parte, Minotauro, Punto de Lectura, Edhasa, Impedimenta y Funambulista se han unido al esfuerzo de reditar y publicar inéditos del autor polaco, aunque parte de ellos inconseguibles en tierra azteca .
Paradójicamente, cuando estaba en apogeo el redescubrimiento de Lem en iberoamérica, el autor de Ciberiada muere en Cracovia a la edad de 84 años.
Lem nació en 1921 en la entonces polaca ciudad de Lvov (hoy en Ucrania), en una familia tradicionalmente inclinada por los estudios médicos, profesión que se decidió llevar a cabo, pese a su inclinación por las letras. Al estar ya inscrito en la facultad de Medicina de su tierra natal, la ocupación nazi lo obligó a dejar temporalmente los estudios y dedicarse a la mecánica y la soldaduría.
En ese tiempo se da lo que él siempre señaló en diversas entrevistas como el momento crucial de su vida, el entablar amistad con el doctor Mieczyslaw Choynowski, quien lo empleó como ayudante suyo en el centro de estudios científicos que fundó en Cracovia. Allí comenzó a estudiar Lógica, Metodología, Psicología e Historia de las Ciencias Naturales, disciplinas que a lo largo de su prolífica carrera literaria le resultaron de gran utilidad.
La primera vez que se leyó algo de Lem fue en 1946, al publicarse la primera entrega de su relato Czlowiek z Marsa (El hombre de Marte) en la revista Nowy Swiat Przygod (El Nuevo Mundo de las Aventuras). Cinco años más tarde debutó como novelista con Los astronautas.
Varios de sus libros ya forman parte del Olimpo de la ciencia ficción: Diarios de las estrellas, Congreso de futurología, Edén, La voz de su amoMemorias encontradas en una bañera, La fiebre del heno, Solaris (que Tarkovsky llevó a la pantalla grande y mereció el Premio Especial de Jurado en Cannes y cuyo texto volvería a ser requerido por Hollywood y Steven Soderbergh en el 2002).
Vendedor de más de 27 millones de ejemplares de libros y traducido a 41 idiomas, Lem obtuvo en 1973 el Premio Nacional de Literatura y es nombrado miembro honorífico de la Asociación de los Escritores de Ciencia Ficción en América, de la que posteriormente fue expulsado por criticar el escaso nivel narrativo de ese género literario en  los Estados Unidos. En 1976, la asociación quiso redimirse, pero el autor de Ciberiada rechazó la propuesta.
Desde mediados de los 80 escogió al ensayo para expresarse de una manera diferente, cansado de la ficción por considerarla a partir de esa década como un género “muy menor, muy pueril y carente de todo valor cognitivo”, y por ser el ensayo un mejor instrumento para comprender la realidad circundante.
El miércoles 12 de abril de 2006 en el periódico español La vanguardia, en la página 8 de su suplemento cultural, bajo la firma de Ángeles López, apareció la última entrevista realizada al hombre que vaticinó que el robot sería la próxima fase de la evolución y acabaría por desplazar no sólo al hombre, sino a toda la vida orgánica del Cosmos.  
La conversación la concedió Lem con motivo de la aparición en castellano de Provocación (Funambulista), libro que en palabras de su prologista, el escritor David Torres, después de leerlo se quedó, junto con el gozo, "la convulsión y el espanto, con un vacío, un vértigo indescriptible".
En la contraportada encontramos que éste es el primer libro del autor polaco Stanislaw Lem traducido al español en los últimos quince años, y que es una hazaña intelectual sin paralelo en la literatura contemporánea. Además, indican los editores que en la narración miramos la conjunción de El genocidio, obra de Horst Aspernicus, un supuesto historiador alemán del Holocausto, y de un extravagante y ácido estudio que intenta recoger mediante precisas estadísticas todo lo que le sucede a la humanidad durante un único minuto. Provocación es un libro heterodoxo y afilado como un cuchillo que cuestiona de un tajo todas las convicciones sobre el Holocausto y el hombre contemporáneo.
En torno a las circunstancias que rodearon la escritura de Provocación, el intelectual polaco respondió que no podía asegurar que no escuchó precisamente música celestial durante ese proceso. “El libro se publicó por vez primera en Alemania en 1980, pero sólo la parte relativa al genocidio, a la obra imaginaria de Aspernicus. Sólo en 1984 se editó en Polonia, pero esta vez ya con el añadido de la reseña sobre "One Human Minute”.
Recalcó que muchos comentaristas e historiadores creyeron en la existencia real de la monografía sobre el Holocausto del escritor alemán Aspernicus."No se percataron de que, aunque sólo por problemas de fechas, ese libro no podía existir. Cuando le preguntaron por el libro de Aspernicus al director de la Comisión de Crímenes Hitlerianos, ¡el tipo contestó que lo tenía en su mesita de noche pero que todavía no le había dado tiempo a leerlo!"
Con la pregunta ¿cómo ha logrado que sus libros no mueran, una vez muerto el sistema contra el que iban dirigidos?, el personaje que en Alemania era considerado un filósofo y en Rusia un científico, aclaró que no le gusta hablar de mensajes en su obra. “Los libros tienen que hablar por sí mismos, un libro cobra vida a partir del momento en que es leído, y se produce una química entre el lector y el autor, pero poco importa cual hay sido la intención del autor al escribirlo”.
Obviamente se le cuestionó su abandono a la ciencia ficción y su incorporación al ensayo. Su respuesta fue contundente al preguntarse a si mismo si acaso hubiera debido seguir escribiendo ficción hasta el final de sus días y mencionó una frase demoledora al minimizar a la literatura que le dio prestigio.
“Un hombre puede cambiar de oficio. A veces escribo cosas divertidas y otras veces cosas menos divertidas. El ser humano debe dedicarse a hacer aquello para lo que está dotado, y yo pensaba que sabía escribir cierta literatura y así lo hice. Luego, con el tiempo, me planteé si seguía sabiendo”.
En él la motivación fue disminuyendo, los centros de interés cambiaron,  también cambiaron las circunstancias. Muchas de las cosas que eran fantasía se hicieron realidad. “Hoy en día, la realidad es más `caricaturesca´ que lo que yo mismo encontré en mi imaginación en su día, con lo cual no tiene sentido que compitan la fantasía y la realidad entre sí”.
Cuestionó que no existiera imaginación que pudiera a competir con la realidad, que no hubiera nada que pudiera superar la realidad actual, que todo fuera un esfuerzo inútil. “Este lenguaje propio de las fábulas de Esopo que yo usé en su momento ya no es necesario. Por otro lado, yo no debo luchar contra el poder. Actualmente se pueden firmar manifiestos, artículos, aunque tal vez sean sólo gestos, no sirvan de gran cosa. Pero escribir libros, no sé. Muchas cosas están caducas o simplemente son estériles, o es que yo he perdido las ganas de escribir. Por ejemplo, algo como la conquista del espacio por los astronautas no tiene sentido para mí, pues no creo que los hombres puedan colonizar Marte”.
Opinó que en ese caso fue mejor callarse y dejar la pluma silenciosa, y aquí soltó su sentencia lapidaria al género que lo catapultó a la fama. “El género de la ciencia ficción es algo que no soporto, lo considero un género muy menor, muy pueril y carente de todo valor cognitivo. Prefiero mil veces cualquier novela policíaca, por mala que sea, que todas esas zarandajas galácticas”.
Recordó que escribió un artículo en los años 70, titulado algo así como "Ciencia ficción: un caso desesperado", y que por ello le dieron de baja como miembro en la Science Fiction Writers of America. “De joven escribí novelas cercanas a la ciencia ficción, para poder escapar del realismo social en boga y paras sortear la censura estalinista, pero no dejo que se reediten”.
Dijo que sus libros de madurez, Ciberiada, Fábulas de robots, entre otros, son más apólogos o cuentos filosóficos en la tradición de la literatura francesa del Siglo de las Luces que ciencia ficción. “Pero siempre intenté que hubiera una base científica, siempre busqué confirmación científica de lo que yo escribía”.
Lem puntualizó en esa entrevista que hay mucha ironía en su obra, debido a que muchas veces esa era la única manera que tenía un escritor de expresarse. “Me gusta la literatura en cierto modo didáctica, pero que se ajuste a las buenas preguntas y a las buenas respuestas. Yo mismo me baso en el sistema científico del `prueba y error´, pero en literatura no hay recetas”.
Para él, la literatura de ese momento era truculenta, sanguinolenta, porque desprecia todo pintoresquismo. Por eso, subrayó que en sus libros intentó usar un lenguaje sencillo, casi primitivo.
Al puro estilo borgiano, al también autor de Vacio perfecto le gustaba el juego de las reseñas de obras ficticias, tanto en este texto que presenta los prólogos e introducciones imaginarios de ciertos libros y artículos de investigación inexistentes, como por el cual se realizó esta entrevista, Provocación.
Escribió cuatro volúmenes de este tipo bajo el epígrafe general de "La biblioteca del siglo XXI". “Con la edad me volví impaciente y ya no soportaba la dura labor artesanal inherente a ser un fabulador, pues convertir una iluminación, una fulgurancia que cruza por tu mente en obra literaria requiere mucho esfuerzo, pero no sólo mental, sino también físico. De ahí lo de las reseñas: necesitaba usar menos fabulación, todo lo que era narratividad me había llegado a aburrir tanto”.


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